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sábado, 28 de junio de 2025

Dos vivencias

De todo se saca lecciones, incluso de lo molesto...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 28/06/2025
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Dios vivencias
La infancia merece ser preservada, siempre. Foto Tomada de Aptus

La falta de fluido eléctrico es siempre irritante. Poco de lo normal en la vida puede hacerse ya, al menos con comodidad, sin usar la corriente. Para quien tiene niños a su cargo es todavía más desafiante: hay que alimentarlos, lavarles la ropa, entretenerlos, dormirlos … y les cuesta entender bien lo que sucede.

Sin mencionar que cuidar cuando se está molesta o  cansada implica mayores reservas de paciencia. Pero de todo aprende una, hasta de los desafíos; o de repente se revelan logros que no habíamos aquilatado bien.

El otro día estábamos en apagón; como quería terminar pronto, dejé a mis hijos en la mesa comiendo y me puse yo a fregar en la penumbra. Pero ella y él andaban más jugando que haciéndole caso al menú. Los oía en su contentura, mientras yo repetía a cada rato: “terminen de comer”.
Hasta que me cansé y fui, para advertir dos platos casi intactos, mientras ellos –que me habían escuchado llegar– intentaban hacerse los que comían, muy serios y estiraditos, pero con la risa a punto de escapárseles.

Me dio tanta gracia, que agarré una especie de cuje que mi hijo tiene como espada y me puse a hacer que les daba en las canillas con aquella cosa.
Ellos en su carcajada, recogiendo los pies, y yo amenazando con caerle a cujazos a quien no se comiera la comida.

Después de reírnos mucho me senté a su lado, y vigilé que se comieran hasta el último granito, porque hambre tenían.

Luego pensé que si les da tanta gracia es porque nadie les ha pegado con nada, porque no me ven como una figura amenazante, sino protectora, y porque para imponer respeto no necesito castigos físicos.
***
Mi hija y mi hijo son muy sociables. Les encanta jugar con otros niños, y por eso a cada rato tengo el portal lleno. Una noche de apagón nocturno me pidieron permiso para que entrara uno, que después fueron tres o cuatro, o cinco.

Enseguida preguntaron si podían jugar un jueguito en el teléfono entre todos, y les dije que no era hora de esas cosas. Pero como se aburrían, me pidió mi hija: “haznos un cuento”.

Ahí tuve que dejar mi lectura e improvisar una carrera de narradora oral. Les conté Los tres cerditos y La caperucita roja , los hice soplar como el lobo y hablar como él. Después les pedí recitar, cantar, identificar las partes del cuerpo, hacer sumas…

Estuvimos par de horas en eso, y lo que me impresionó fue lo ávidos de ternura que están los niños, cómo a pesar de la realidad difícil de estos días su inocencia se mantiene entera, presta a que alguien les cultive las ganas de actuar, de aprender, de divertirse, sin tecnologías de por medio. Quizá lo que necesitan más es tiempo e intencionalidad.
¿Si yo logré ese milagro de atención, cuánto no puede hacer alguien con formación para trabajar esas edades?

Recordé, además, mis tiempos de niña, donde hacíamos planes de la calle, guardia pioneril, recogíamos viandas para la caldosa, o recitábamos poemas en las actividades de la cuadra… todo eso nos formó sin dudas; y no solo en un sentido político o artístico, sino también haciéndonos sentir parte de una comunidad, aprendiendo a mirar a los otros y a dialogar con ellos.

Ahora tendemos a vivir más desconectados, y aunque haya razones para ello, los niños necesitan de esa comunión, de la interacción barrial que puede suplir las carencias que haya en casa.
Es imprescindible que, sumidos en los rigores del día a día, los adultos no olvidemos que la infancia está ahí y no admite aplazamientos.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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