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sábado, 8 de noviembre de 2025

El amigo 

La soledad de los ancianos, la nobleza de la infancia, las redes que se tejen en una cuadra de un barrio cualquiera...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 08/11/2025
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Vejez
Las muchas soledades necesitarán siempre muchos amigos. Foto: iStock

Lo miro y no puedo evitar pensar en el futuro. En el mío. No en el de él. Son cosas que uno no debería estar pensando en la antesala de los 35 años, o sí. Quizá esta sea la edad en que una empieza a pensar cómo será la vida cuando ya no nos acompañen ni las fuerzas, ni la belleza (al menos no la que reconoce una sociedad obsesionada con lo juvenil y lo artificial, cada vez más), cuando mis hijos hayan crecido, cuando ya no deba yo cuidar, sino cuando tal vez necesite que me cuiden.

Lo veo, sentado en su silla, la silla sobre la acera, escapando del tedio y la fatiga de una casa pequeñísima, donde no tiene a nadie con quien hablar. Al menos afuera puede ver a la gente ir y venir, puede escuchar, puede conversar.

Siempre va impoluto. Algunas veces se siente mal –no por el virus, aclara, sino de puro viejo– y se echa una toalla sobre los hombros. A veces sus piernas adquieren una tonalidad oscura, que asusta. Pero él, quizá por su fe, no se asusta ni siquiera cuando los ahogos no lo dejan dormir de noche. Porque a veces se va la corriente y siempre hace calor.

Tiene familia, en algún lado, aunque nunca la vemos. Pero esa familia existe, en el dinero que le dan para comprarse la leche en polvo; en el regalo de los celulares que, cuando podía caminar bien y todavía iba a misa, siempre algún pillo le robaba de los bolsillos, en el sostenimiento de la vecina que lo cuida. Esa familia, ¿existe? Lo que vale es que él cree que sí, y nunca la menciona con rencor.

A ratos lo veo triste, o normal. Pero siempre pienso en la soledad, y en el peligro de que nos alcance. 

Si algo me saca de ese embeleso gris es verlo sonreír, y eso pasa casi siempre cuando escucha a mi hijo decirle: “Henry, tú eres mi amigo”.

Mi hijo de cuatro años, que lo saluda con alegría cuando llega del círculo; que cuando juega en el portal le cuenta sus aventuras, que me pregunta por qué está tan viejito y solo, y me pide que le escriba una carta, que luego con su hermana coloreará.

Habrá que criar hijos que nos trasciendan así, que en vez de sentir lástima o conmiseración, se empeñen en hacer sonreír a los otros. 

Las muchas soledades necesitarán siempre muchos amigos.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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